Se cuenta la historia de un rey, el cual, queriendo casarse, recorrió su reino. Al pasar por una de las aldeas de su reino, de su imperio, miró a una joven campesina, a una aldeana, la cual le llamó la atención o le gustó para esposa, para hacerla reina a su lado.
Este rey pensó en desposar a aquella campesina. Sin embargo, pensó él, “tengo el poder para hacer un edicto a través del cual ella sea la reina y se case conmigo” -El rey tenía la autoridad para hacer esto y, lógicamente, lo hubiera conseguido por su poder, por su autoridad.
Sin embargo, pensó: "yo no quiero que ella sea mi esposa y la reina, simplemente por un edicto; yo quiero que ella me ame, así que, no voy a hacer un edicto, pues aunque acepte, quiero estar seguro de su amor; por tanto, tengo que pensar en otra forma para lograr que ella sea mi esposa.
Lo que puedo hacer también es llegar de una manera deslumbrante hasta donde ella se encuentra para impactarle, que ella vea mi gloria, mi magnificencia, que me vea llegar con una enorme corte, con soldados, con sonido de trompeta, caballos, ejército… y seguro que ella se asombrará y se casará conmigo...
" Más luego reflexionó: "esto tampoco garantiza que ella me ame, porque lo va a estar haciendo por el deslumbramiento de riquezas que le voy a manifestar, pero ¿qué garantía tengo de que me ame?" Así que el rey planeó otra estrategia diferente, dijo: "seré un aldeano y la conquistaré desde una posición humilde”. Se disfrazó como campesino, se fue a la aldea donde la mujer vivía, comenzó a trabajar allí como un campesino y, pasando los días cortejó a aquella joven aldeana y la conquistó cortejándola, creyendo aquella mujer que se trataba tan sólo de un hombre común, de un campesino. Sólo entonces le confesó que él era el rey de todo ese imperio.
Esta historia pareciera simplemente ser una especie de historia de Cenicienta, un cuento de hadas con final feliz, pero tiene una gran enseñanza para cada uno de nosotros. Dios tenía todo el poder y la autoridad para obligarnos a que fuésemos la esposa del Cordero, la Iglesia de Jesucristo.
Tenía la capacidad: a una voz de Él, los montes tiemblan y los cimientos de la tierra se conmueven. Con un edicto de Él no hubiéramos podido resistirlo, hubiéramos caído rendidos a sus pies por su autoridad pero... Dios pensó que de esta manera no conseguiría el amor sino solamente el servilismo. También él podía deslumbrarnos con beneficios, con bendiciones, con dones, con regalos, con tantas cosas para que buscáramos los beneficios de un Dios tan grande y poderoso como es Dios.
Pero esto tampoco hubiera garantizado del todo nuestro amor por Él, así que Dios pensó la estrategia del cuento que contamos hace un momento. Dios lo que hizo fue hacerse hombre, dejar su trono, su deidad, despojarse de su carácter de Dios... voy a decirlo de otra manera, de su divinidad, al menos, no hacer uso de su divinidad…
y después de despojarse, Jesús, al ser igual a Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó, y después de despojarse, se hizo hombre, como forma de hombre, de siervo, se hizo carne. Nació en un pesebre, vivió entre nosotros, desarrolló una vida común como un carpintero y después de tener una vida común como un carpintero, fue a la cruz del calvario a dar el pago, el precio por nuestros pecados, por nuestras rebeliones y, de alguna manera también, hacer la prueba máxima de amor por nosotros, de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito...
¡esto fue lo que Dios hizo! Se despojó, y nos conquistó con su despojo, haciéndose pobre, nos enriqueció, y nos bendijo y nos enamoramos de él, y podemos decir como Jeremías: "me sedujiste y fui seducido". Pudiendo obligarnos prefirió enamorarnos. El apóstol Juan dice: "nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero". El amor de Dios nos ha impactado al punto de llegar a amarle.
martes, 13 de enero de 2009
El gran conquistador
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